Muchas veces he tenido que discutir con mis amigos sobre la forma de degustar un vino. Sobre todo, acerca de la temperatura de servicio.
Yo antes era de esos puristas, que veía como algo abobinable pedir un vino blanco para una carne, o una cubitera para un tinto. Pues bien, creo que estaba equivocado.
¿Qué no sentirá un fabricante de queso, tan orgulloso de su producto, cuando ve que alguien le hecha aceite de oliva por encima?. ¿Qué sentirá un agricultor, cuando ve sus lechugas duermen sobre un lecho de módena y miel?.
A la hora de elaborar un vino, los productores buscan un ideal. Es como cuando vas a tener un hijo, y deseas que sea futbolista. Desde pequeño, lo apuntas a clases de fútbol, le compras la bufanda del Real Madrid, y le obligas a tragarse un partido de 3ª regional por la televisión. Has hecho todo para que se aficcione al deporte, pero las compañías, el ambiente y la educación hacen que sea un exitoso Economista. Pero tú no te sientes defraudado, ya que sabes que aportará a la sociedad todo su potencial.
Cuando un cliente paga 50€ por una botella de vino, lo hace para satisfacer unas espectativas personales. Pero no tienen por qué coincidir con las del elaborador (el padre del futbolista).
Si el cliente está felíz tomando un Reserva de Rioja con un pescado, puede que no esté sacando todo el potencial al vino, pero nadie le puede decir que debería cambiar su momento especial por no hacer las cosas bien. ¡Claro que las hace bien¡.
Estimados lectores, la vida pasa muy deprisa, y la felicidad está en las cosas pequeñas. No en los cánones marcados por la sociedad, ni en las imposiciones que podemos hacer cuatro técnicos. Creo que he cambiado mi visión. Supongo que a tiempo.
Beban buen vino, con moderación, en grata compañía, y disfrutando a su manera.
Concedansé un capricho, y no se vayan de esta vida sin probar aquel vino que les recomendaron y que nunca bebieron por su precio (espero que nadie hipoteque su casa por gastarse 1000€ en una botella).
En resumen, sean felices….